Después
de veinticinco años como escritor en Norte América, necesitaba algo que suavice
mi cinismo. Estaba en búsqueda de nuevos puntos de vista. La manera en la que
uno es criado establece ciertas necesidades en este departamento. Desde un
antecedente pluralista, naturalmente me concentré en temas de racismo y
libertad. Luego, a los veinte, viví en África tres años. En esos tiempos, que
fueron formativos para mi, compartí con negros de diferentes tribus, con árabes,
bereberes, hasta incluso europeos, musulmanes. A la larga estas personas no
compartieron la obsesión occidental con la raza y la categoría social. En otros
encuentros, ser raramente de color, no era algo importante. Fue bienvenido
primero y juzgado luego. Por el contrario, los europeos y norteamericanos, incluidos
muchos que no piensan racialmente, automáticamente clasifican a las personas en
razas. Los musulmanes clasificaban a las personas por su fe y sus acciones. Encontré
que esto era refrescante y trascendente. Malcolm X vio la salvación de su Nación
en ella. “Norte América necesita comprender el Islam”, escribió, “porque esta
es una religión que elimina de la sociedad la problemática de la segregación racial”.
Buscaba una ruta de escape, también,
desde los términos de la cultura materialista. Necesitaba acceso a una dimensión
espiritual, pero los caminos convencionales que conocía estaban cerrados. Mi
padre había sido judío; mi madre cristiana. Por mi origen mestizo, tenía el pie
en dos campamentos religiosos. Las dos eran indudablemente profundos. Sin
embargo, la que enfatiza a una persona elegida es insoportable para mí;
mientras que la otra, basada en un misterio me repelía. Un siglo atrás, el
nombre de mi tátara-abuela había sido colocado en la iglesia de Cristo en
Hamilton, Ohio. A los veinte, eso no significaba nada para mí.
Estos eran los términos de mi
vida. Más sabía ahora, mas recordaba mis experiencias musulmanas en África.
Después de dos viajes a Marruecos, en 1981 y 1985, llegué a sentir que África, el
continente, no tenía nada que ver con la vida balanceada que encontré allí. No
era después de todo un continente, ni tampoco una institución. Estaba buscando
un marco con el cual poder vivir, un vocabulario de conceptos espirituales
aplicable a la vida que estaba viviendo ahora. No quería “intercambiar” mi
cultura. Quiero acceso a nuevos significados
Después de una cena en el Atlántico
fui a lavarme al baño. En mi ausencia un quórum de Hasidim se aliñó para rezar
en la puerta. Cuando terminé, estaban demasiado inmersos como para verme.
Saliendo del baño, no sabía que hacer. No podía pasar por allí.
Solo pude quedarme allí parado
en el hall, a espaldas de la congregación. Sostenían libros de plegaria del
tamaño de la palma de la mano, apretando los textos en sus pechos. De a poco el
movimiento fue errático, como una suave roca rodando. Observe desde la puerta
del baño hasta que finalizaron, y me dirigí a mi asiento.
Aterrizamos juntos mas tarde en
Bruselas. Abordando, encontré un diario en Yiddish en una bandeja de comida.
Cuando el avión despegó de Marruecos, ya no estaban.
No quiero decir que mi vida
durante este periodo fue un gran diseño. Al principio, en 1981, fui llevado por
la curiosidad y el apetito de viajar. Mi lugar favorito, cuando tuviese el
dinero, era Marruecos. Cuando no podía viajar, me conformaba con libros. Esta
fascinación me contactó con grandiosos escritores llevados a lo exótico,
autores capaces de oraciones como esta, de Freya Stark:
“El encanto perpetuo de Arabia es que el viajero encuentra su
nivel simplemente como un ser humano; la franqueza de las personas, moral para
el sentimental o pedante, como las virtudes menos complicadas; y lo agradable que
podría ser el ser uno mismo, creo, que suma a las cinco razones de viajar de
Sayyid Abdulla, el vigilante: “dejar los problemas detrás; ganarse la vida;
adquirir conocimiento; practicar los buenos modales y conocer hombres
honorables”.
No tenía una lista de demandas,
pero tenía una idea justa de lo que buscaba. La religión que quería
tendría que
ser a la metafísica lo que la metafísica es a la ciencia. No sería
reducido por
un estrecho racionalismo o tráfico misterioso para satisfacer a los
sacerdotes.
No tendría que tener sacerdotes, ni separación entre lo natural y lo
sagrado.
No tendría que haber guerra con la carne, si lo podía evitar. El sexo
debía ser
natural, no una maldición para la especie humana, finalmente quería una
rutina espiritual para afilar los sentidos y disciplinar la mente. Sobre
todo, quería claridad y
libertad. No quería intercambiar la razón simplemente para ser encajado
con el
dogma.
Más aprendía acerca del Islam, más
se parecía a lo que buscaba.
La mayoría de los occidentales educados
que conocía en ese momento consideraban cualquier clima religioso con sospecha.
Clasificaban a la religión como manipulación política, o la disminuían como
concepto medieval, proyectando en ella nociones del pasado europeo.
No fue difícil encontrar la
fuente de sus opiniones. Miles de años de historia occidental nos habían
dejado
muchas razones para arrepentirnos de un camino que nos llevaba a la
ignorancia
y la matanza. Desde la Cruzada de los Niños y la Inquisición a las
transformaciones de la fe del nazismo y el comunismo durante nuestro
siglo,
países enteros han sido agotados por la creencia. El miedo de Nietzsche
que el
moderno estado de nación se convierta en un sustituto de la religión, ha
probado ser cierto. Nuestro siglo, me parece, estaba terminando en una
era más allá
de la creencia, que habitaban los creyentes así como también los
agnósticos.
Sin importar la iglesia a la
que pertenecieses, el humanismo secular es el aire que respiran los
occidentales, la lente por la que miramos. Como cualquier punto de vista
mundial, este punto de vista es persuasivo y transparente. Forma la base de
nuestra identificación con la democracia y la búsqueda de la libertad de todas
las incontables y cautivadoras maneras. Inmersos en nuestras preocupaciones,
uno podría olvidarse fácilmente que existen otras formas de existencia en el
mismo planeta.
En el momento de mi viaje, por
ejemplo, 650 millones de musulmanes con una representación mayoritaria de
cuarenta y cuatro países se adhirieron a las enseñanzas formales del Islam. Además
unos 400 millones más vivían como minorías en Europa, Asia y las Américas.
Asistido por economías postcoloniales, el Islam se convirtió en unos treinta
años en una gran fe en Europa occidental. De las más grandes religiones del
mundo, el Islam sólo estaba sumando su página.
Mis amigos politizados estaban
consternados con mi nuevo interés. Todos confundían universalmente al Islam con
las maquinaciones de media docena de tiranos del mediano oriente. Los libros
que leían, las noticias que transmitían representaban la fe como un conjunto de
funciones políticas. Casi nada se decía de su práctica espiritual. Me gustaría
citarles a Mae West: “Cuando tomas a la religión en broma, las risas son para
ti”.
Históricamente, un musulmán ve
al Islam como la expresión final, madura de una religión original que viene de
Adán. Es decididamente monoteísta como el judaísmo, a cuyos mayores profetas el
Islam reverencia como eslabones en una progresiva cadena, que culmina con Jesús
y Muhammad, que Dios les de paz. Esencialmente un mensaje de renovación, el
Islam ha hecho su parte en el mundo para devolver la olvidada dulzura a
millones de personas. Su libro, el Corán, hizo que Goethe remarque: “Ven, esta
enseñanza nunca falla; con todos nuestros sistemas, no podemos ir, y hablando
en general ningún hombre puede ir mas allá”.
El Islam tradicional se expresa
a través de la práctica de cinco pilares. Declarar la fe, la oración, la
caridad, y el ayuno como actividades que se deben repetir a lo largo de la
vida. Si las condiciones lo permiten, a cada musulmán se le suma además la
peregrinación a la Meca una vez en la vida. El término árabe para este quinto
rito es Hayy. Los eruditos relatan al mundo el concepto de ‘qasd’, “aspiración”
y a la noción del hombre y de la mujer como viajeros en la tierra. En las
religiones del occidente, la peregrinación es una tradición de vestigio, un extraño
concepto folclórico comúnmente reducido a metáfora. Entre los musulmanes, por
otro lado, el Hayy encarna una vital experiencia para millones de nuevos
peregrinos cada año. A pesar del contenido moderno de sus vidas, permanece como
un acto de obediencia, una profesión de creencia, y la visible expresión de una
comunidad espiritual. Para la mayoría de los musulmanes el Hayy es la meta
principal, el viaje de la vida.
Convertido, sentí la obligación
de ir a la Meca. Adicto al viaje no podía imaginar una meta más placentera.
El ayuno anual de Ramadán que dura un mes precede al Hayy unos cien días. Estos dos ritos forman un período de intensa consciencia de la sociedad musulmana. Quería darle utilidad a este período. Había leído acerca del Islam; concurrí a Mezquitas cercanas a mi hogar en California; había comenzado una práctica. Ahora quería profundizar lo que estaba aprendiendo al sumergirme en una religión donde el Islam inculca cada aspecto de la existencia.
Planeé comenzar en Marruecos, porque conocía
bien ese país y porque seguía un Islam tradicionalista y era estable. El último
lugar donde quería comenzar era en el agua estancada llena de sectarios
escandalosos. Quería remar en el amplia, calma agua de la corriente.