El capítulo 28 del Corán se llama ‘El
Relato,’ los primeros 45 versículos se enfocan sólo en la historia de Moisés.
Es de aquí que aprendemos sobre la fuerza y la piedad de su madre, y cómo Dios
recompensó su rectitud y su confianza en Él devolviéndole a su hijo. Algunos
eruditos creen que Moisés y su madre regresaron a su casa entre los hijos de Israel,
otros, incluyendo a Ibn Kazir, creen que Moisés y su madre vivieron en el
palacio mientras ella lo amamantaba, y que a medida que él creció, se le
permitió a ella visitarlo.
El Corán y las tradiciones auténticas
del profeta Muhámmad, que Dios lo bendiga, no dicen nada sobre este período de
la vida de Moisés, aunque sería justo decir que por la época en que Moisés era
un hombre, probablemente conoció su origen y se identificó con los hijos de Israel.
Las tradiciones del profeta Muhámmad describen a Moisés como un hombre alto,
bien construido, de piel oscura con el cabello rizado. Su carácter y su físico
son descritos como fuertes.
“Cuando se convirtió en adulto le concedimos conocimiento y sabiduría. Así es como retribuimos a quienes son benefactores.”
Descubriremos en la historia de Moisés
que era un hombre sincero. Creía en decir lo que pensaba y en defender a los
miembros más débiles de la sociedad. Siempre que fue testigo de la opresión y
la crueldad, le resultó imposible a sí mismo dejar de intervenir.
Ibn Kazir narra que un día mientras
caminaba por la ciudad, Moisés se encontró con dos hombres que peleaban. Uno
era un israelita y el otro un egipcio. El israelita reconoció a Moisés y le
gritó pidiéndole ayuda. Moisés entró en la pelea e hirió al egipcio de un golpe
feroz. Este cayó de inmediato al piso y murió. Moisés quedó abrumado de dolor.
Era consciente de su propia fuerza, pero no imaginaba que tenía el poder de
matar a alguien de un solo golpe.
“Y [Moisés] ingresó cierta vez a la ciudad sin que sus habitantes se percataran, cuando encontró a dos hombres que peleaban, uno era de los suyos [de los Hijos de Israel] y el otro de sus enemigos. El que era de los suyos le pidió ayuda contra el que era de sus enemigos. Entonces Moisés le golpeó con su puño y le mató [inintencionadamente]. Exclamó [Moisés]: Esto es obra de Satanás, ciertamente [Satanás] es un enemigo evidente que pretende desviar a los hombres. Dijo: ¡Señor mío! He sido injusto conmigo mismo; perdóname. Y [Dios] le perdonó, porque ciertamente Él es Absolvedor, Misericordioso. Dijo: ¡Señor mío! Por la gracia que me has concedido, no ayudaré [nuevamente] a los pecadores.”
Ya sea porque las calles estaban
desiertas o porque la gente no quería verse envuelta en un asalto grave, las
autoridades no tenían idea de que Moisés estaba involucrado en la pelea. Sin
embargo, al siguiente día Moisés vio al mismo israelita envuelto en otra pelea.
Sospechó que el hombre era un alborotador y se acercó a él para advertirle
sobre su comportamiento.
El israelita vio a Moisés acercándose
rápidamente hacia él y sintió miedo, entonces gritó: “¿Vas a matarme como
mataste al desgraciado de ayer? El oponente del hombre, un egipcio, escuchó
esto y salió corriendo a reportar a Moisés a las autoridades. Después ese mismo
día, Moisés fue abordado por un desconocido que le informó que las autoridades
planeaban arrestarlo, y posiblemente matarlo, por el crimen de asesinar a un
egipcio.
A la mañana siguiente amaneció temeroso y cauteloso; y quien le había pedido ayuda el día anterior nuevamente le pedía auxilio a gritos. Entonces Moisés le dijo: Evidentemente eres un descarriado. Y cuando quiso separarlo violentamente del enemigo de ambos, éste exclamó: ¡Oh, Moisés! ¿Acaso pretendes matarme como lo hiciste ayer con otro? Sólo quieres ser un tirano en la Tierra, en lugar de contarte entre quienes luchan por establecer el bienestar. Y un hombre que vivía en las afueras de la ciudad se dirigió presuroso [hacia donde Moisés] y le dijo: ¡Oh, Moisés! La nobleza se confabuló para matarte, huye pues. Yo sólo pretendo aconsejarte. Y Moisés se alejó de la ciudad con temor y cautela, y exclamó: ¡Señor mío! Protégeme de los opresores.”
Moisés dejó de inmediato los límites de
la ciudad. No tuvo tiempo para regresar a casa y cambiarse de ropa o preparar
provisiones. Moisés entró en el desierto hacia Madián, el país que se extendía
entre Siria y Egipto. Su corazón estaba lleno de miedo y temía darla vuelta y
ver que las autoridades lo perseguían. Caminó y caminó, y cuando sintió sus
pies y sus piernas como plomo, continuó caminando. Sus zapatos se desgastaron
en el suelo áspero del desierto y la arena caliente le quemó la planta de los
pies. Moisés estaba exhausto, hambriento, sediento y sangrando, pero se obligó
a sí mismo a continuar, algunos dicen que durante más de una semana, hasta que
llegó a un pozo de agua. Moisés se lanzó a la sombra de un árbol.
Morir en el calor seco de polvo del
desierto egipcio debería haber sido el resultado más probable del viaje de
Moisés. Andando a través de un paisaje inhóspito sin provisiones ni ropa
adecuada, habría sido una expedición destinada al fracaso. Sin embargo, una vez
más la historia de Moisés revela una verdad fundamental. Si un creyente se
somete totalmente a la voluntad de Dios, Él le proveerá a partir de fuentes
inimaginables. Dios remplazará la debilidad con la fuerza y sustituirá el
fracaso con la victoria.
Moisés llegó a salvo al oasis del
desierto, el olor del agua y la sombra de los árboles debió haberle parecido un
paraíso en la tierra. El pozo de agua estaba rodeado de pastores que abrevaban
sus rebaños.